viernes, marzo 09, 2012

Fin

domingo, septiembre 18, 2011

SPQR



Para todos los que no conocen no porque olvidaran, sino porque no estuvieron; para todos los que piensan que el sol siempre se ha visto desde detrás de los cristales; para todos los que ignoran el olor de la arena ensangrentada, de las anguilas, olivos y cipreses; para quienes la muerte no es más que un contratiempo oculto tras una cortina y la maldad es una consecuencia del miedo... Para los que no buscan la soledad y nunca han necesitado correr para salvar la vida...

... No tenemos nada que deciros.

domingo, marzo 20, 2011


Para todo aquel que nos vea acercarnos al edificio azul: es por la tarde y la barandilla herrumbrosa late con la misma tarde umbría, tras acercarse el perro de los vecinos, ladrando mecheros y gasolina. Ayúdanos a cruzar despacio la verja con todo lo que ello supone en términos de merienda, tableros y esperas. Tennos en cuenta a la hora de los hombres, cuando no seamos más lo que somos. Lo que en realidad estamos buscando no es más de lo que decimos. Tenemos la esperanza de más tardes como esta, si ello no es inconveniente. Tenemos todo lo que se supone que debemos tener, excepto la conciencia. Somos exactamente lo que parece tras la ventana. Dennos por tanto todo lo que pidamos, pues honramos los timbres, la siesta y los cubos de hielo. El otoño se distingue de la primavera en que tiene más prisa. Avancemos sin precaución desplazando piedras, mirando sumideros, manchando la suela de las zapatillas. Tengamos la misma prepotencia que ayer. Digamos lo que por la mañana callamos. Cerremos las manos a todo aquel que nos pida lo que no debe y demos sonrientes lo que no se nos dice. Sentémonos a esperar la noche con prisa, nerviosos. Y ahora que no somos ya niños, sigamos haciendo todo esto sin ninguna melancolía, con la misma seriedad con que lo hacíamos. Llama sin parar al portero automático, aunque ya te haya oído. Da golpes a mi puerta con impaciencia, grita mi nombre para que todos puedan oírlo, mientras tiras piedras al coche de los vecinos, sin mirar si se ha manchado de tierra el extremo de la falda, el bajo de los pantalones, la rueda de la bicicleta, la planta desnuda del pie sobre la hierba. Tengo doce, quince, veinticuatro, treinta años... Y volveré a tener los mismos que vosotros, todos, me disteis.
Y ahora, emprendamos el camino de vuelta, solos.

lunes, noviembre 29, 2010

Cuento incompleto y terminado

La casa de la señora Candy era marrón y negra por fuera. Tenía un tejado a dos aguas que en los días de lluvia la extendía hacia el suelo como un libro abierto. La pandilla de chiquillos del pueblo solía hacer botar una pelota por las tardes en el muro de la casa, jugando a una especie de frontón, hasta que cierto día les tiró una maceta desde el interior, la cual atravesó la ventana abierta y fue a estrellarse contra el buzón del exterior; los niños no supieron qué hacer en el breve momento antes de salir corriendo como alma que lleva el diablo, así que simplemente se rieron y salieron corriendo después sin dejar de reírse de manera nerviosa, aunque en el fondo supieran que se habían quedado sin el frontón de las tardes indefinidamente. La señora Candy ya nació de mediana edad tirando a vieja, sola y cascarrabias, de esas señoras que cuando compran el pan no dan los buenos días después de pagar, siempre por cierto con calderilla.
La panadería vendía pan de pueblo, baguettes (pan de ciudad, vaya), unos bollos redondos, duros por fuera y de miga poco apretada por dentro, y unos pequeños cruasanes rellenos de dos tipos: con tortilla y con salchicha. Por alguna razón inexplicable jamás se les ocurrió hacer cruasanes dulces, sin relleno. Los niños además compraban medias lunas, o así las llamaban ellos, que eran en realidad semicírculos cubiertos de chocolate y con crema pastelera en el borde recto. Se las comían con fruición y como si fuera un ritual propio de la media tarde, sin el cual casi no podría anochecer ese día. La pastelería era el verdadero centro espiritual del pueblo, el núcleo del que emanaba toda felicidad cotidiana, alimento físico y espiritual de la comunidad despreocupada e inocente en la que se enmarcaba. La dueña de la pastelería era tan prudentemente simpática que podría confundirse con boba: decía siempre «buenos días» con el mismo tono y cadencia que el timbre de la puerta cuando era abierta por un nuevo cliente. Por alguna extraña razón, todo aquel que pasaba por primera vez la puerta del local tenía la incómoda y triste sensación de que aquella mujer en apariencia completamente normal moriría pronto.
Uno de los vecinos que frecuentaban la pastelería era un señor de unos cuarenta y cinco años, con bigote y gafas redondas, gordo, siempre vestido con un traje con apariencia de no ser ni muy bueno ni muy barato, con un maletín que causaba la misma impresión que el traje y con aspecto de dirigirse con premura a algún asunto sin la menor importancia. Era de esos señores que aparentan tener una vida intrascendente y pobre pero sin darse cuenta de ello, con lo que uno no sabe muy bien si es o no un pobre hombre, en la medida en que de no saberlo él difícilmente podrá serlo. De esos señores que un día se mueren y ya está, sin que el mundo sufra un mínimo cambio. Compraba en la pastelería uno de esos bollos redondos y blandos rellenos de nata, la cual a veces se le quedaba colgando del bigote, lo que hacía aun más ridícula su pretendida seriedad. Nadie sabía qué hacía solo en su casa cuando llegaba al anochecer, pero no era difícil imaginárselo comiendo frutos secos en pijama y bata, sentado en un sofá descolorido, mientras ponen en televisión algún concurso estúpido con una ruleta que da vueltas.
No eran los únicos personajes y lugares del pueblo en el que vivía Antonio, quien sin tener aun diez años ya era consciente de que todo cuanto existía había sido creado para él, de modo que cuando algún día desapareciese todo lo haría también. Menos, quizá, el pequeño perro marrón que deambulaba por el barrio mendigando siempre alguna miga y que tenía aspecto de tener, por lo menos, cincuenta o sesenta años. Se llamaba Toby y nadie nunca le puso ese nombre, que se sepa.

miércoles, noviembre 24, 2010

Nunca

Cerró los ojos para morir. Era cierto que la vida pasa en imágenes justo antes, pero no como fotografías fijas e inmutables del pasado, sino como retazos continuos de la vida que está a punto de dejarse y que con ella desaparecerán, sin posibilidad de continuación ni siquiera de cierre definitivo. Simplemente, la muerte era un accidente inesperado, a destiempo, para el que no cabía preparación posible, ni resignación ni comprensión. Esta muerte y cualquiera, en cualquier momento y para cualquier persona. Tan imprevisible, fortuita y sin sentido como el propio nacimiento o la vida.

La vida, su vida, dejaba de tener sentido en ese momento y para siempre. Nunca había existido y, si lo había hecho, era completamente intrascendente. El trascurso de ella que tan largo parecía desde dentro era ahora, desde la puerta de salida y echando la vista atrás, un soplo en el torbellino del universo, que seguiría con toda seguridad girando sin él, eternamente o quizá no.

Ni él ni los suyos tenían importancia. No sentía pena ni alegría, dolor ni placer, ni siquiera descanso o indiferencia. Sentía un frío lejano, un frío de huesos y cajas metálicas, una necesidad en el estómago que recordaba de manera lejana al hambre del vivo, pero ya en una persona muerta. Sentía frío y un horrible sabor en la boca que, en su semiinconsciencia, temía conservar incluso después del trance.

Se sentía como un niño entrando, desamparado y completamente solo, en un terreno desconocido. Si alguna vez dudó de la existencia de algo tras la muerte, tenía en ese momento la total y absoluta certeza de la nada que le esperaba, porque ya en ese momento no era nada, simplemente un acabamiento, una agonía. No había sitio ni tiempo en ninguna parte para él, que ya había comenzado a dejar de ser él.

Por un momento volvió a tener un sentimiento familiar, humano, de los que habría tenido en vida: una suerte de orgullo por la manera relativamente digna en que afrontaba esta ya definitivamente desgracia sin paliativos. Fue solo por un momento, antes de adentrarse en una nueva profundidad de las varias en que gradualmente se sumiría. Ya no podía ni podría saberlo, pero lo eterno no es la muerte, sino los segundos previos y, por extensión, la vida.

viernes, noviembre 19, 2010

Sobremesa

Camino va verdeando por entre casas y ventanas, niña que mira con una muñeca en su mano y el sol sobre los tejados. El árbol se mece y el columpio gravita inmóvil, superpuesto al paisaje. Coches que llevan dentro la siesta tras una copiosa comida familiar fuera de casa, recorriendo el pavimento cargado de tarde, de tierra, de pisadas de animalitos silvestres y de cadáveres alegres y despreocupados de insectos. Mañana lloverá pero hoy es verde, amarillo y azul el cielo, hoy es infinito y completo en sí mismo y comprende en sí la vida entera de una persona y de los suyos en ella. Hoy lloverá solo sobre el parabrisas de los automóviles pero al terminar la tarde no quedará ningún charco.

miércoles, septiembre 15, 2010

Viento corre en la explanada arrastrando papeles con sabor a perritos calientes comprados por niños en tarde lluviosa de domingo antes de meter libros en la mochila para el lunes. Viento en tarde de radio de coche con música de guitarras eléctricas en canciones lentas. Aceras azules con sabor a piedra manchada. Televisores en estancias casi sin luz y porteros automáticos a punto de sonar dos veces, familiarmente, sin riesgo de equivocación. Noche cayendo inexorablemente con olor a palomitas de cine abandonado. Barandillas rojas y solitarias en la entrada al garaje subterráneo. Kioscos abiertos, lúgubres como las gasolineras de las afueras en tormentas de truenos y relámpagos. Coches pasando con las luces encendidas, de uno en cero y de cero en uno, o cero. Gente todavía en el campo, en los pueblos. Gente entrando en la ciudad. Bolsas de quicos, de pipas. Patatas fritas y hielo. La cama a oscuras en la habitación sin luz, cerca y menos próxima. Escaleras y puertas de vecinos. Risas de niños dentro. Perros desorientados desde la ventana. Vídeos musicales. Miedo. Todas las certezas del mundo. Dos hermanos por la calle. Tableros de ajedrez en el mueble. Piscina a dos días del cierre veraniego, sin gente. Duchas mal cerradas. Frío y viento en las hojas. Hojas en el suelo. Luna temprana y sol lejano. Naranja y gris. Mesa con sillas en terraza de venta de carretera, con olor a asado y jazmín, a otoño. Estrellas tras cirros frágiles, neblinosas, inconstantes, pasadas. Mosquitos, pocos, entre vasos con refrescos y hierba mojada. Pelotas pequeñas de goma abandonadas entre setos descuidados, perdidas para siempre. Misa del domingo en la mañana lejana en el tiempo. Noches y más noches, como esta, con el mismo olor a muerte, a niños pequeños, a coches nuevos, a pinchos morunos, a periódicos y suplementos dominicales, a carencia de futuro y difuminación del pasado, a presente intemporal, irreal y febril. Pueblos con cuervos, murallas, cementerios, lluvia y silencio desde los cuales el retorno ya es completamente imposible. Finalmente, farolas a la altura de la ventana con luces intermitentes en la media noche, chasquidos del televisor apagado en la estancia contigua, sombras tras la puerta entornada. Silencio.

jueves, septiembre 02, 2010

A letter

A que no eres capaz de decirme de qué color es la ciudad cuando faltan minutos para que se apague la última farola de la mañana. Cuando los carritos de supermercado hacen equilibrios sobre el borde de la acera. Cuando los autobuses van vacíos y te sientas en la parte trasera, frente a un asiento con un periódico medio cayéndose. Cuando en la sala de espera de las estaciones solo hay dos o tres personas dormidas y acaso alguna mirando sin fijeza. Cuando las sombras se mueven despacio. Cuando el río tiene exactamente el mismo color que el cielo y que los edificios fríos. ¿Es verde? ¿Es azul? Es azul. Es azul como la sensación de cuerpo helado en la mañana cruzando una calle sin coches. Azul como sólo puede serlo un domingo de otoño tras una noche de verano. Total y decididamente azul, que elimina toda importancia del resto de días por vivir y tiñe los recuerdos con indiferencia. Once upon a time you looked so fine. Una vez te vestiste de domingo, de frío, de otoño, de ciudad aun no despierta por la que pasear la añoranza de otros días como este, con la certeza de que no será el último, pero sí uno de los últimos. En la cocina, platos vacíos, agua cristalina, cajas de cereales abiertos. En el porche, hojas. Los perros aun duermen. Los gatos siguen exactamente tan desconfiados como siempre. It is crazy what you could have had. No hay nada mejor que estar solo, observando la ausencia de colores de la mañana de un domingo de otoño, pensando en toda la gente que no sabe que estás ahí, solo, cruzando a metros de un paso de peatones en una calle sin tráfico, entre edificios altos, azules y fríos. Te invito a unos bollos en esa panadería que está a punto de abrir, sentados frente a la ventana viendo pasar al camión de los periódicos, mientras nadie a esta hora observa el río. Te invito a un paseo por el aparcamiento vacío de un hipermercado, antes de que abran las gasolineras. Te ofrezco todo lo que no tengo de esta ciudad, de estos edificios, de todas las líneas telefónicas y programas de radio. I heard you solemn-sweet pipes of the organ…

Over me. Con fluidez. Aquí vamos de nuevo. It pulls us near.

domingo, julio 04, 2010

El enigma

El mundo, como tal, había terminado. Toda la historia de la humanidad, las personas, los afectos, los problemas, los asesinatos, las madres y sus hijos, los perros ladrando y los sonidos de coches arrancando habían desaparecido. Sería como si nunca hubiesen existido si no fuera por la última persona en el universo, viajando en un tren que pasaba, a pequeña distancia, por todos los pueblos abandonados, por ciudades y campos labrados. Pasaba a una velocidad constante por las estaciones sin detenerse, por debajo de sus relojes, detenidos la mayoría. A través del cristal se veían los edificios vacíos en las ciudades, carreteras inútiles, carteles publicitarios..., volviendo inmediatamente a adentrarse en campos salpicados de casas destartaladas en el camino al siguiente pueblo.
El último hombre, el único hombre podía cambiar el punto de vista y mirar, desde una gran plaza con una solitaria e inmensa estatua en su centro que proyectaba su sombra alargada y crespuscular en el suelo ocre, el horizonte en el que se recortaba la silueta del tren avanzando contra el poniente, el tren que seguiría recorriendo indefinidamente los caminos trazados por quienes estuvieron y no volverán, visitando los restos eternos de la civilización, recuerdo sin destinatario de la vida (y la muerte) que, extraña, rara y breve, existió una vez en el universo.
El sol seguiría saliendo día tras día, iluminando campos, estatuas y columnas, postes y torres, y poniéndose cada tarde sobre la tierra en su silencio sólo roto, en lontananza, por el silbido ocasional del ferrocarril vacío en su viaje sin rumbo. El mismo sol que alumbró la infancia de los hombres creadores de estatuas.

sábado, marzo 20, 2010

El sol verde


Corriendo sobre la hierba, el sol amarillo encima como una galleta de media tarde, el viento en la hierba y las hojas, el cabello en el viento y las gotas de sudor incoloras e inodoras, limpias como diamantes. Nada negro en el horizonte, todo azul, verde y jazmín como las notas arrancadas de una guitarra con la paciencia, delicadeza y amor de quien prepara la comida para su perro. La juventud era exactamente aquel tiempo, al principio de los tiempos, en que al mundo le quedaban muchos miles de años más por delante de los que ya habían trascurrido. El tiempo en que se podía gritar y obtener respuesta en forma de sonrisa orgullosa y cruel de cuanto había alrededor, el tiempo en que había más cachorros que animales moribundos. Un instante absolutamente eterno, lleno de sí mismo, rebosante en su plenitud, sin necesidad de cariño, compañía, compasión o frases hechas. La luz de toda luz que sólo se ilumina a sí misma y por eso ilumina a todo lo demás más que cualquier otra luz. El dios que no pide fe, buenos actos o resignación; el dios que no pide nada porque nada tiene y nada quiere más que a sí mismo, y que por ello refulge más que cualquier otro dios. La voluntad de poder, de ser, de ser y de nada más que ser y poder. Todo en sí mismo, abarcando todo porque nada más hay fuera de sí. El cuello, los brazos, la delgadez fibrosa e insultante, la frescura y espontaneidad de la sagrada ignorancia de todo lo que hay que ignorar. El agua brillando sobre la piel al sol, quemando sin piedad los ojos de quien ya simplemente puede mirar.

miércoles, agosto 05, 2009

El lobo

Todas las noches regresaba a casa recorriendo las mismas calles, que solo se diferenciaban de sí mismas por los sucesivos cambios de estaciones. También por la indumentaria de los transeúntes con que se cruzaba que, siendo los mismos, pasaban de ir con ridículos polos de colores claros a vestir elegantes abrigos mal llevados. El invierno confería a la ruta diaria, por un lado, la frialdad propia de ese tiempo y, por otro, la calidez y el abrigo de las casas iluminadas, intuidos desde afuera.

Se trataba de un señor, en esencia, gris. Gris por fuera y gris por dentro. En cuerpo y alma. En fondo y forma. En sí mismo y a ojos de los demás. Gris como un lobo malherido, agonizante a metros de un camino, que ya haya perdido toda la dignidad propia de su naturaleza. Un hombre con un pasado difuso, un presente incierto y un futuro malgastado ya de antemano. Uno de esos hombres que, aun físicamente aceptables y razonablemente jóvenes, alejan a las mujeres anhelantes de un macho seguro de sí mismo, potente y orgulloso, competente protector de la prole y confortable cobijo de la fémina en los días en que no le apetezca jugar a las ejecutivas-asexuadas-indiferentemente-provocadoras. No, este no era un macho alfa; como mucho, el lobo solitario que de vez en cuando se queda con las crías cuando la manada tiene que hacer cosas de más interés, dejándolas a su cargo no sin alguna mirada de reojo al inicio de la partida.

En su recorrido habitual, en el que por cierto sólo se fijaba de noche aunque lo recorriese a diario en sentido inverso también por las mañanas, pasaba siempre frente a una tienda de muebles, tiendas estas que nunca dejan indiferente a nadie: ni a las parejas o familias porque ven en ellas una confirmación a su proyecto común, ni a los desgraciados como el hombre gris porque piensan al verlas en las familias y las parejas. No solía atender a los artículos del escaparate (no sería capaz, ni con los años, de decir un solo mueble que estuviese expuesto), tan solo se quedaba en su retina aquella luz blanca del interior, en medio de la noche, que permanecía así hasta la mañana siguiente mientras las luces del edificio, más arriba, se irían apagando una tras otras pocas horas más tarde.

Una noche como cualquier otra, pasando por ese mismo punto, vio en el escalón de la puerta algo que le llamó la atención. Era un perro. Estaba echado, enroscado sobre sí mismo, sucio y con clara apariencia de estar abandonado, aunque no parecía herido. No sin antes asegurarse de que nadie pasaba por allí, el hombre se paró unos segundos a escasos metros del perro, mirándolo sin poder apartar sus ojos de aquella figura. La escena se repitió desde aquella vez noche tras noche, a la luz de un par de farolas y de la propia tienda. El perro ya parecía reconocerle, aunque no hacía ninguna señal, ni de contento ni de disgusto.

Durante el día, el hombre pasó de no pensar en nada, lo habitual en él, a esperar con ansia el regreso a casa para ver al perro. Incluso un día, armándose de valor, se llevó algo de comida de lata para, a la vuelta, dársela al nuevo objeto principal de su existencia (él mismo también era consciente de esta realidad, pero no parecía importarle demasiado). El perro la aceptó, con la misma desgana con que actuaba siempre, y el rito se repitió desde entonces.

Una noche como otra cualquiera, en que iba con la ración de comida acostumbrada, el hombre llegó a la tienda y no vio al perro. En su lugar, exactamente en el mismo sitio, se encontraba ahora un hombre. Un indigente, sucio y harapiento, seguramente borracho e inconsciente, con los ojos entornados. El hombre gris quedó petrificado. De pie, continuó mirando a aquel extraño, sin importar por una vez que pasara gente a su alrededor que pudiese verle. Estuvo así mucho rato, respirando de manera entrecortada, con las fosas nasales muy abiertas y las muelas apretadas, en la mano la bolsita con el regalo diario. Se movió involuntariamente, de la misma manera en que se paró. Tiró la bolsa al primer contenedor que se encontró y se encaminó casi corriendo a casa. Cerró la puerta tras de sí y volvió a permanecer de pie, con la luz encendida, mirando a la nada, durante varios minutos. Afuera hacía una noche despejada, pese a lo cual salió de casa con su paraguas largo de empuñadura de madera. Se dirigió a zancadas a la tienda. Ya no había apenas nadie en la calle. El mendigo seguía allí, con un ojo completamente cerrado y el otro entornado sin dar la sensación de percibir nada, como alguien que está mitad muerto y mitad dormido.

Los primeros golpes fueron de rabia. Los últimos fueron precisos y exactos. Tiró el paraguas al mismo contenedor que la bolsa y se fue a casa, acostándose con su traje barato puesto. El perro volvió al lugar algunas veces más hasta que cambió de idea o lo atropelló algún coche, quién sabe.

El disparo

Respecto a aquello que te dije, olvídalo. Me he dado cuenta de que no valgo para ello ni para ninguna otra cosa. Además, ya estoy harto de estar siempre esperando en una parada de autobús a mediodía; es muy triste y desagradable. ¿Por qué siempre soy yo el que tiene que hacer el doble para conseguir la mitad? Parece como si la hierba, las piscinas y las terrazas de los bares fueran para los demás, por no hablar de las cosas que realmente importan. Lo único que me mantiene aquí es que la opción alternativa es todavía más idiota y siempre hay tiempo. Supongo que es una ficticia victoria personal que me gusta concederme. Y lo peor es que el tiempo se me acaba o, mejor dicho, se me escapa. Se me va de entre las manos a pequeños granos siempre ridículamente pequeños y livianos, nunca hay nada que realmente tenga consistencia. Tengo que esperar siempre a la tarde para dar una bocanada de trascendencia crepuscular como si el resto del día hubiese sido una ficción sin repercusión en mi vida y que no fuese a repetirse al día siguiente, ni al siguiente, ni al otro.

No hay nada que indique que esto vaya a cambiar algún día, sólo veo margen para que empeore y creo que ya es crónico, si no lo ha sido siempre. ¿Sabes qué? Ahora lo tengo claro. Hay que hacer algo realmente grande, me da igual en qué sentido. Me es igual una gran obra que una enorme crueldad, sólo quiero ser capaz de hacer lo mejor o lo peor, o ambas cosas, pero poner fin de una vez por todas a tanta tibieza. Y quiero también que, por una vez, de mis actos deriven consecuencias igualmente extremas; prefiero una horca o un paredón a una tortura china de pequeñas gotitas, una detrás de otra siempre con la misma frecuencia, siempre, como ha sido siempre en mi vida, cada gota inofensiva pero minando todas juntas mi existencia, mi tiempo y mis esperanzas.

Comprenderás por tanto que esté haciendo esto. Por supuesto que no tengo nada contra ti, es simple casualidad, mala suerte. En una película habría un giro en el último momento: alguien (el bueno) vendría y te salvaría y a mí me daría mi merecido. Pero eso no va a pasar y tampoco quiero ser cruel, sólo divagaba.

Lo siento. Adiós…

lunes, agosto 03, 2009

Vacuus

Desde dentro del paseo matutino se ven las calles cayendo unas encima de las otras como piezas del tetris, mientras la cabeza da vueltas y vueltas alrededor de unas pocas ideas centrales insistentes y pertinaces, inamovibles en su inconcreción. Los colores, sonidos y olores son internos, generados por uno mismo y proyectados hacia fuera, pegados sin demasiada fijeza a muros y paredes ya llenos de grafitos y carteles sobre productos y conciertos de jóvenes con ínfulas de inmortales. Uno se pregunta si busca simplemente algo perdido mucho tiempo atrás, algo abstracto, no conocido, que explicaría la propia existencia y transcurso de la vida hasta el momento, como el epílogo de una obra que cierra el círculo, un último giro de argumento como la dovela central que sostiene y da sentido a las demás en un arco de medio punto. El resto de personas oscilan entre su papel de culpables y obstáculos de la grandeza propia no desarrollada y el de pobres ignorantes e inocentes, susceptibles del perdón del uno mismo magnánimo, tan grande aunque tan limitado. Las sensaciones son demasiado contradictorias, caleidoscópicas e imposibles para toda hermenéutica, menos aún propia pero tampoco exógena. Como escape, la idealización de una alcanzable simplicidad a mitad de camino entre bucólica y ascética asociada casi irracionalmente a la figura de una barra de pan recién comprada con vida propia, compañera-de-sillón-post-baño-veraniego, confidente y voluntario alimento físico y espiritual en contraposición con ágapes y viandas asociados a una vida más estridente, superficial y esclava-excluyente de sí misma. Quizá lo que falte sea la conclusión a una introducción y un nudo o desarrollo demasiado prolongados en su fracasado intento de ser un todo, o quizá sólo se trate de falta de pericia a la hora de vivir.

viernes, julio 10, 2009

De todo un poco


Viendo y comprendiendo las causas y consecuencias de todo cuanto acontece en el universo, el sentido de todas las cosas y todo lo que concierne a los seres humanos, no puedo sentir otra cosa que no sea indiferencia. Solo puede odiarse, querer, amar, temer aquello que no se entiende plenamente, que no puede reducirse a una función matemáticamente representada, con sus teoremas prefijados.

Pues no somos más que eso. Partículas minúsculas encerradas en un momento infinitesimalmente ridículo dentro del vasto océano del tiempo. Predecibles, determinados, consecuencias de causas desconocidas e incomprensibles, intrascendentes como la más mínima china en el zapato de un indigente. En esta escala no hay diferencia entre el asesinato más cruento y cobarde y la más loable obra de caridad, entre la caricia desinteresada de una madre y la fría mueca de un traficante...

Otra vez lloviendo.

viernes, junio 05, 2009

Llaman al portero automático

A la calle con zapatillas verdes, o negras, a oler la humedad de la tierra en primaveras de tormenta (los truenos hacen «brrrummm»), que qué bien se está cuando te da todo el viento en la cara y te echa el pelo hacia atrás, como si se llevara todas las nimiedades que preocupan a una persona y le hacen parecer un pusilánime. Te puedes sentar en un escalón de mármol ligeramente sucio (sólo de polvo) y ver una de esas tardes más largas de lo normal mientras a lo lejos salen toros de lluvia y nubes negros como el mañana, que hoy obviamente no existe y por eso es negro. Dan ganas hasta de coger un bolígrafo y el cuaderno de matemáticas y hacer logaritmos y derivadas, e incluso alguna ecuación en diferencias. Pronto abrirán las piscinas y los niños tragarán su dosis anual de hipoclorito de sodio o calcio; en septiembre los peluqueros les reñirán.
Y resulta que no parece que todo esté perdido, así de cruel puede ser la vida. Un relámpago, un trueno; un relámpago, un trueno; un rayo, un trueno. Gotas grandes y viento húmedo y unos niños jugando a fútbol en un patio privado, hundiendo las zapatillas en la hierba mojada y fresca. En el edificio de encima, en la cuarta planta, un hombre se pone una camisa y una americana sin enterarse de qué va la historia.

Entérate

Salió de casa decidido a decirle que la quería, pero en el camino empezó a pensar en los osos panda comiendo bambú, en los pollos asados con patatas fritas que compraba los domingos, en su bicicleta con los colores de la bandera de Extremadura, en lo mal que lo pasaba cuando su madre le hablaba con cariño o su padre sonreía con franqueza, en la Gran Guerra del 14 y la crisis del petróleo en incluso en su perra blanca y negra, que tenía bastante personalidad.
Lo hacía para armarse de valor, pero sólo consiguió darse cuenta de que nunca había querido a nadie.

lunes, abril 20, 2009

No habrá más junios

En serio, hoy había un montón de cacharros, juguetes, atracciones, colores… Podías subirte donde quisieras, y también había algodones de azúcar, manzanas de caramelo y muchas, muchas más chucherías. Ibas andando por la tierra, era todo una especie de arena, y las caravanas de los feriantes estaban en el exterior, con perros atados que te ladraban si te acercabas. Cuando salíamos ya estaba encima la luna, enorme, y llegaba un montón más de gente que entraría a ver y a montarse en lo que nosotros ya habíamos estado. Pero vi algo extraño justo antes de salir. Yo iba cogido de la mano y, al doblar una esquina, aún dentro del recinto, vi a un señor alto, joven, que me miraba fijo. Se parecía un poco a… No, de hecho, se parecía más a mí. Como si fuera yo dentro de un montón de años, ¿sabes? Estaba allí parado, con aire ausente, con un rostro muy triste que me llenó de espanto. Y no dejaba de mirarme. Era como si me dijese adiós con sus ojos. Como cuando se dice adiós a alguien a quien hace mucho, mucho tiempo que no ves y ya estás despidiéndote de nuevo de él antes de saludarle, quien sabe si para siempre. Me siento muy extraño, como si fuera a desaparecer de un momento a otro. Por cierto, ¿por qué hablo así si soy un niño?

martes, abril 14, 2009

Horizontal

Un hombre. Dos. Tres.
Uno al fin, sonando.
Uno al fin, yéndose.
Dos, tres, cuatro, fríos, mirando.
Uno, yéndose.
Uno, dos. Solo dos.
Un hombre. Todos. Ninguno.
Todo. Nada.
El sol, más arriba.

miércoles, febrero 18, 2009

Encuesta

1. ¿Está usted satisfecho con su/la vida o preferiría tener un perro?
2. ¿A qué edad aprendió a nadar? ¿Culpa a sus padres por ello?
3. ¿Cree que tener dinero es difícil? Si la respuesta es afirmativa, ¿a qué cree que se debe su error?
4. ¿Le gustan más las rubias o los chicles?
5. ¿Se define de izquierdas, de derechas, de centro o extremeño?
6. ¿Cuál es su programa preferido después de «Saber y ganar»?
7. ¿Odia usted a los madrileños? Sí, ¿verdad?
8. ¿Es de los que de niños les ponían nombre a sus bicicletas?
9. Si tuviese que comer algo con ajiaceite (alioli), ¿qué sería?
10. ¿Le ha parecido útil esta encuesta?
11. No, eso era todo. Ya no hay más preguntas.

lunes, febrero 16, 2009

Anónimo

En un tiempo anterior a los hombres y animales, a los dioses y el miedo, existía una gran piedra en medio de un paraje yermo, con la sola compañía durante un periodo incontable de tiempo de vientos aulladores, lluvias torrenciales y lunas y soles gigantes. Miles de años más tarde pasarían cerca de la piedra predadores en plena caza, animales alados sobre ella y, en el tiempo en que yo vivía, una carretera asfaltada con varios carriles. Cientos de miles de años después la piedra habría de encontrarse de nuevo en la más completa soledad. De mí no puedo contar lo que fue.

martes, enero 20, 2009

Tardes y noches, tardes y noches (continuación y fin)

¿Por qué vertían arena los camiones en la playa? Muy fácil: porque no había la suficiente para cubrir el espacio desde el final de la playa hasta el comienzo del mar, quedando en medio un hueco como el que hay entre el vagón y el andén, de modo que cualquier bañista podría sin querer meter el pie y hacerse daño cuando intentase llegar al agua. Y he aquí que en la playa estaban todos: estaba el hombre-detrás-de-la-valla, la mujer con el perrito, el niño de los tomates en los calcetines, el increíble hombre bala, el señor-que-nunca-estuvo-en-Colonia, la señora simpática que andaba raro y todos, todos aquellos que alguna vez se cruzaron con alguien en su camino a casa. Y todos le decían adiós con la mano a un satélite que en aquel instante pasaba justo por encima. Mientras esta escena acontecía, el hombre en el porche la veía a mundos de distancia, mientras con una mano a mitad de camino entre lo insondable y lo tangible intentaba eliminar el molesto ruido que borraba sus universos y le introducía en una oscuridad que no dejaba de serle familiar.

domingo, enero 18, 2009

Tardes y noches, tardes y noches

Un hombre estaba sentado en el porche de una casa, en una silla blanca, con un cuenco de frutas a un lado y una escopeta al otro. Encima, sobre su cabeza, flotaba un libro de derecho y a sus pies había un pescado autóctono. Observaba delante de él a una fila de chicos que iba (o venía) al colegio, todos con sus uniformes amarillos y todos negros, sonriendo y cantando algo que no tenía nada que ver con muebles sobre los que poner un televisor. Según una leyenda autóctona, aquella casa se encontraba donde antes había un camino por el que los chicos iban al colegio cuando eran más jóvenes. Mientras estaba sentado, mirando azules y más azules entre verdes (nunca entenderé por qué no hay ninguna bandera azul, verde y marrón, sería lo lógico), el hombre pensaba en poner en orden pensamientos y sensaciones, pero jamás se le ocurrió inventar una historia para ese propósito y por ello tampoco yo lo hago ahora. Pensaba en aceras, en grapadoras, en césped, en moquetas, en leones marinos en la costa africana y en ratoncitos de ordenador, como esas botellas divididas en dos, cada parte con un licor diferente que se vierte a la vez que el otro. Había una música que era un pez naranja que bailaba entre estas imágenes fundiéndose con ellas. Cada parte de la botella tiraba de él y prefirió volver a la seguridad de la escopeta y de la fruta, quedándose sólo el pez mirándole fijo, de frente, hasta que se diluyó con el último murmullo de uno de los negritos vestidos de amarillo. Lejos de allí, camiones vertían más arena en una playa a primera hora de la mañana para los primeros bañistas pero, aunque esto tenga que ver con el hombre del porche, ya habrá tiempo de volver a ello algún día.

miércoles, diciembre 10, 2008

Invierno

Sábana, cortina, ventana, brisa, mañana, verano.
Dulce, otoño, tarde, agua, Lisboa, luz.
Piano, tarde, luz, oficina, invierno, lluvia.
Piel, paisaje, tren, soledad, espera, invierno.

Ahora es imposible imaginar la primavera.

jueves, diciembre 04, 2008

Reserva

En una calle desierta no caben más personas que en una cuartilla o un recuerdo días antes de Navidad. Una cena de empresa es, en días antes de Navidad, en días de sepia, en días en gris, en días nevados sin nieve ni regalos, en la verdadera navidad antes de la Navidad, el momento perfecto para poner personas y cenas de Navidad en una cuartilla mientras se miran por la ventana las calles desiertas llenas de restaurantes y luces navideñas apagadas.

martes, noviembre 25, 2008

Islas

Una vez un hombre naufragó en medio del océano, yendo a parar a una pequeña isla. Tenía una montaña no muy alta a la que no era difícil subir y que, si no servía para mucho en aquella situación, sí podía amenizar la forzosa estancia con sus vistas. Nada más subir a la cima pudo ver, frente a él, otra pequeña isla, aparentemente del tamaño de la suya. Ambas islas eran todo cuanto podía verse aparte del mar infinito. Y en la otra isla, otra pequeña montaña parecida a la de la suya.
Al cabo de un tiempo de escudriñar la otra isla y su montaña le pareció ver algo extraño en su cima. Parecía un pequeño bulto que se movía casi imperceptiblemente, pero no como las hojas y ramas de alrededor mecidas por el viento. Semejaba… Pero no, no podía ser.
Siguió mirando aquel extraño objeto, cada vez más angustiado. Sí, era como si moviese…, como si moviese la cabeza. Era como un ser humano, sentado como él, como él mirando la otra isla. Ahora sí podía decírselo a sí mismo: aquello en la cima de la montaña era un hombre.
De repente pudo ver cómo movía de nuevo la cabeza y supo que en ese instante, y por primera vez, aquel hombre le había visto. Ahora clavaba su mirada en él, tapándose con su mano la luz del sol para ver con detalle. El extraño fue incorporándose, lentamente, sin dejar de observarle. Permaneció incorporado un momento y, cuando pareció que se había asegurado de su presencia, volvió a sentarse muy despacio. Unos segundos después se incorporó de nuevo, dio media vuelta y se sentó de espaldas a la isla gemela, mirando hacia el mar que antes tenía atrás.

miércoles, noviembre 05, 2008

Y Nueva Orleans

En la hierba que crece frente a las casas está presente la muerte.
La vida se celebra a sí misma en la boca de la negra vieja sin dientes.
El aire en la calle es denso como las alcobas de viudas sin nietos.
Los coches son largos y el horizonte amplio.
Y todos los días son mañanas de domingo.
Y las tardes saben a la última tarde.
Aquí no hay lugar para orquestas ni arquitectura clásica, pero están y son naturales como la basura tirada en mitad de la carretera. Paganismo que es misa sin fin, con órganos resonando por las vidrieras de las calles. Sin ilusos que piensen vivir para siempre.

miércoles, octubre 29, 2008

You see - epitafio - Long Island - genuflexión

Acabo de percatarme de que tenía las manos entrelazadas delante del rostro, a la altura de la boca, como si estuviera rezando, como lo hacía cuando rezaba. Y me he dado cuenta de que el gesto es de súplica, arrepintiéndome inmediatamente de haberlo adoptado, aunque fuese involuntariamente. Sin embargo, no he deshecho la postura y, como la magdalena mojada en té a alguien que ahora mismo no recuerdo, me ha llevado a un tiempo, no sé si perdido, en el que…

El narrador no pudo continuar porque murió en ese instante. El piano sonó y la tarde siguió cayendo. Al día siguiente volvió a salir el sol y él no lo vio. Ni al siguiente, ni al otro. El piano sonaba dentro del ataúd y no lo escuchaba.
No pasa nada. También murió Walt Whitman y el que viajó para ver su tumba. Y lo hará quien tengo ahora a mi lado.
Sólo está muerto quien dejó de vivir hace poco.
Y empieza, de nuevo, la melodía.

martes, octubre 28, 2008

Síntesis o vita brevis

Ya está bien, ya estoy cansado. Debo regresar a lo que nunca he dejado de ser para acaparar la soledad, amasarla y cuidarla, entregarla con cuentagotas y apartar de mí el cáliz de la desazón, porque no soy más que sol y azul y silencio y grillos y perros en la tarde. Y ya lo he dicho muchas veces: aquí estoy, aquí he estado siempre y nunca me he ido. He visto más cosas de las que necesitaba ver y he sufrido sin hacerme más fuerte. Me he engalanado sin fiestas a que ir y he bebido de copas oxidadas. Es hora de volver a casa, a la casa blanca que me espera desde antes de haberla pisado por primera vez y sentir las ausencias con la calma del que no espera nada en mitad del día. En esta vida sólo merece la pena desasosegarse por un vestido blanco en la primavera y todo lo demás es falaz. Hasta el mar es mentiroso en verano.

jueves, octubre 23, 2008

Eh, tú; fuera

Se tambalean los pilares de la persona y el esqueleto sobre el que se montaban accidentes y años se vuelve frágil como palillos. ¿Seré yo este que duda ahora o el invento del que ahora dudo? ¿Cómo me ven y me han visto las piedras, perros y personas? No parece posible haber sido algo tan ridículo, o quizá sí. ¿Es que hay algo ahí fuera que necesito interiorizar, asumir en mi ser como la pieza reparada que hace andar a un coche? ¿Me será lícito aspirar a trascender cuando me estanco en lo cotidiano, frustrándome por lo que altivamente desdeño cuando ya ha pasado el suficiente tiempo y se ha respirado otro aire más fresco? ¿Tengo derecho a mirar para otro lado sin alejarme del aliento del interlocutor que desprecio? Y qué podría hacer para redimirme… Tumbarme en la hierba, mirar pasar nubes, otear la ciudad desde la distancia.
Mis letras son tan mentira como mis actos y aun menos honestas, porque no se exponen a consecuencias. No tiene mérito gritar a los de abajo cómo han de torear.
- Pero, ¿cuál es y dónde está mi toro?
- No. La pregunta es: ¿estás ya vestido de luces?

miércoles, octubre 22, 2008

Las horas

Sólo, al menos, una vez más. Antes de que nos arrastre el miedo y la locura. Antes de que nos demos a la bebida del pasado. Antes de que nuestros dedos se conviertan en la tierra blanca sin tristeza ni esperanza. Voy a cantar los mares resonantes y los anhelos de la adolescencia más tardía, las lágrimas por niñas ignorantes y los hermanos compañeros en la noche. Las sábanas blancas que arropan los presentes fugaces y la indiferencia de quien ahora la necesita. El tiempo que se escapa por los días como rocío resbalando por la espalda y tú me miras sin saberlo sobre montes cargados de cordeles con ropitas de niño y camisas perfumadas. No soy más que el que vino para cantarte a través de sus ojos sin llegar a abrazarte, quien se planta en la orilla vislumbrando cómo habrá de recordarla cuando la piel de las manos esté más lejos de los huesos. Tendré cien años y aún iré a recoger la pelota debajo de aquel coche que lleva allí mucho tiempo, porque os conocí de niños y así permanecéis, al menos en mis hojas.
No hace mucho pensé que podría empezar de cero; no era lo suficientemente viejo. Ahora sé que para recordar algo es necesario perderlo. Me he quitado el traje y he mirado a la cara al niño que corría hacia mí gritando «eres tú, oh sí, tú» y entonces te he visto a ti y a ellos y a todos en medio de playas, de plazas, de campos, de cielos, entre bocadillos envueltos en papel de plata y cantimploras de agua que sí desemboca.
No, no reniego de mí. Pero a veces me sonrío con indulgente ternura, como una madre que llama a merendar desde la ventana. Seguiré acumulando trazos de mí mismo hasta la última ráfaga de aire, hasta que la grúa se lleve el coche debajo del cual siempre van a parar todas las pelotas extraviadas.

lunes, octubre 20, 2008

La primera vez pensó que era la última y lo fue

Es (y no) posible que esta sea la última vez que escriba. Es (y no) posible que toda esperanza me haya abandonado. Creo (quizá no) que el sol no saldrá mañana tan redondo como solía. Temo (sí, temo) que no haya estado aquí antes.
Un refugio lo es cuando no se habita permanentemente y no se puede amar a quien nunca has visto aburrirse. La locura solo acecha de día y a quien jamás ha comprado un periódico. ¿Tenía mujer el hombre del saco?
Reacciona, me dijo. Pero nadie me dijo nunca que estaba mejor callado, aunque siempre lo sospeché. Dijo, cariño, salgo a comprar croquetas (ultracongeladas); nunca más volvió a la misma hora.
¿Es mejor esto que hacer alguna tontería? Supongo. ¿Tiene algún sentido esto que digo? También. ¿Me amarías tal como era si te dijera que lo fui? Te creería, pero no.
Pues adiós, entonces. Seguiré caminando por tierras duras que borran las pisadas poniendo cuidado en no meter el pie en huellas de otros. Igual me muero de hambre, frío, soledad y recuerdos pero, por más que ahora me pese, la culpa no habrá sido tuya.

miércoles, octubre 15, 2008

Interludio


miércoles, septiembre 17, 2008

Sencillo

Soy un hombre. Siempre me gusta el color azul porque no soy ordenado.
A veces, como hoy, tengo sed. Me gustaría que el agua siempre fuese azul para pensar en todos los ojos azules y grises y verdes y claros cuando la bebiese.
Me gustan los dedos. Me gusta que sean finos y alargados. No me gustarían tanto si fuesen redondos o si no tuvieran huesos.
A veces pienso que la gente me gustaría más si fuese más delgada y alta, más etérea y frágil, como las figuras de El Greco, pero luego pienso que no.
Me gusta el azul y más cuando es gris. Y el gris cuando es azul.
Me gusta… (esto no lo leas).
A veces cojo menos de treinta pequeños símbolos y los ordeno y entonces escribo.

martes, septiembre 16, 2008

Oye...

¿Te gusta la ciudad? Llega a cansarme. ¿Te gusta que sea gris? Por supuesto, debe serlo. ¿Era todo mejor antes? No, solo lo parece. ¿Te gusto yo? Es difícil de saber. ¿Crees que realmente te desesperas a veces o es que necesitas creerte desesperado para no desesperarte? En realidad no me importa. ¿Carne o pescado? Depende del vino. ¿Te gusta que te dé las gracias de esta manera? Sí, hace que desee morderte fuerte en el cuello. ¿Por qué no usas camisas sin corbata? Por la misma razón por la que no me pongo una raya justo encima de la oreja. ¿Somos tan distintos? No. Sí. No sé. ¿Si cayera desde un precipicio te tirarías a salvarme? Sí, pero no te acerques mucho al borde, por favor. ¿Te crees mejor que el resto? Sabes que sí, no te burles de mí. ¿Aún tenemos tiempo? Nunca lo hemos tenido. ¿Por qué te gusta la velocidad? Suelo escapar, en general. ¿Te engañas a ti mismo? Al menos, lo intento. ¿Crees en Dios? Él cree en mí y con eso me basta. ¿Y le gustas? Pregúntaselo a él. ¿Le gustaré yo? Me gustas a mí y con eso debería bastarte. ¿Te gusto, entonces? Cállate un rato, anda.

El mar

El mar es a la playa lo que el viento a una vida mediocre en el interior de un patio en la gran ciudad. La última vez que me asomé a la espuma blanca se me saló el cuerpo por dentro y desde entonces tengo un regusto en el paladar de raíces mojadas y tierras minerales nocturnas.
En el mar no hay carpas porque son animales de espíritu pesado. En el mar sólo hay animales despreocupados, ligeros; las carpas no saben bailar y no soportarían ver a las sardinas, que están más en forma. Los animales marinos no tienen miedo a morir, porque saben de dónde vienen y de tanto moverse saben que no van a ningún lado.
Si se tirase una carpa en medio del mar, del siempre en movimiento mar, no iría de un lado a otro, sino que se partiría en pedazos que arrastrarían las corrientes, porque no es flexible, y las sardinas y peces voladores se reirían de la ridícula dignidad de su muerte. Quizá solo la llorase alguna provinciana en top-less desde la orilla.

jueves, septiembre 11, 2008

Tan lejos, tan cerca (parte enésima)

Dejo el coche en el aparcamiento del hipermercado porque voy a comprar mi vida, mi vida pasada a precio de hoy, porque ni los años ni la inflación perdonan. Es gris, por fuera. Es gris, luminoso, por dentro. Huele… como olería un futuro con todos los familiares muertos hace tiempo. Huele a fresco. A frío sano. A pan frío y tierno. A pescados frescos y fríos. Sanos. Muertos. No huele a goma de pelotas en bolsas de cuerdas, pero hay. Aún hay. Aunque son nuevas.
Llevo el carrito. Frío, también. Se deja llevar porque el suelo es liso. Es liso y limpio como si acabase de deshelarse. Como si las luces halógenas del techo fuesen enfriando y descongelando todo a la vez. Huele bien porque no huele. Se está bien porque hace frío. Se está bien porque no estoy. Y dejo esto porque me voy.

viernes, agosto 08, 2008

Vete

Discurso cadencioso el que arrastra el cuerpo durante la vida en que te fuiste. Alargamos aquel día los brazos con las manos extendidas como un mendigo fuera de la iglesia en el momento de la comunión y un balón de baloncesto botaba sobre el mármol de verjas cerradas y amenazantes nubes oscuras. En aquel tiempo en que aún no había descubierto la música de auriculares por la calle, el viento soplaba dentro y fuera de las casas, desviando el surtidor de fuentes que ahora son demasiado perfectas.
Yo vivía. Y tú no estabas. Tú vivías y yo no estaba. Tú tenías ciudades con grises, colegios, programas de televisión con canciones nocturnas, peluches de noches blancas y hermanas con olor a pan y a leche agria algunos días. Y yo no estaba. Yo tenía perros vagabundos, monedas deslizantes, complejos de verano y sexo solapado por bañadores de flores. Y el viento. Y tú no, no estabas.
Nacías conmigo aún muerto, rebotando contra un mundo finito, ligeramente recordado tras la nada, nuevo en la medida en que no existirá para siempre, o no al menos una sola vez. Llegaste antes, eso es todo. Soy nuevo en esto de vivir y simplemente recuerdo mejor que tú lo que no era antes de ser. Un día te dije que te quería.
Hoy tengo cables rodeando mi mesa, blanca como la primera sábana de tu cuna. El mundo está bien y Dios existe; la prueba es que hace mucho tiempo no sabías hablar. Mírate ahora: eres toda una casa en ti misma y pones y quitas cortinas a tu antojo. Todo estaba bien hasta que me reconociste.
Sí, eso es. Al fin lo entendiste.

miércoles, julio 16, 2008

Frases sueltas

Qué pena; no tiene sopa que le cuide.
Se durmió muerto y acatarrado.
Compra churros para que pueda mojarlos.
Si no me hablas, te comeré.
Sé perfectamente qué es un perro.
Tú sí que eres un buen trofeo.
¿No te puedes dormir? Sopla.
Adiós, coge tú el testigo.
A la marea, mi señor.
A mis padres los mató un rayo.
Ora pro nobis, por qué no.
Líbranos de ti.
Por treinta monedas rompo mi espejo.
Lo sacrifiqué después de ensillarlo.
Yo era creyente y de letras.
El mar no me ve desde hace catorce años.
Y varios veranos.
Hoy siento que peso más que el suelo.
Me caí.
El jefe, sujeto sin predicado.
RICS naranja escribe fino.
Un RICS normal mira «Cristal».
Adiós sin el corazón (con el asma no puedo).

Silencio.
Se les han muerto como del rayo.
¿Dónde estabas?
Adiós.

martes, julio 15, 2008

La tierra ocaso

El ruido de las piedras bajo las ruedas presagia una tarde de tierra, madera, hierba y agua en un agosto como los que quemaban las patillas de las gafas sobre el salpicadero. Estas tierras son, sobre todo, tarde; tarde que va apartando pausadamente el sol de un cielo ambarino, cremoso, amplio como las respiraciones de quienes cobija. Sus campos susurran al otoño a través de un aire denso que sostiene inmóviles a las briznas y flores tardías. Piadas lejanas sin melancolía de tataranietos de pájaros de pocos veranos atrás retraen el canto de las cigarras del año en los bordes de la carretera, que no por deprimente deja de llevar aún a lugares más taimados y volátiles.

lunes, julio 14, 2008

Más fuerte

La risa no se traga las palabras porque no me da la gana de detener la pluma para mirar hacia arriba. Soy un hombre y me jacto de ello con el ceño fruncido, apartando moscas sin la necesidad de olor a comida de sábado. Golpeo mi infancia como a mosquitos en paredes blancas y las bicicletas ya no pesan por las escaleras, quemándose en balcones de sepia y limones. Para que nadie me pregunte después: esto es una declaración sin intenciones.

jueves, julio 03, 2008

A las cuatro

La razón es una vela en la orilla de una tormenta y los ojos respiraciones contenidas en un puente sobre un río. La valentía es risa infantil en un día soleado y la pena lengua de vaca en una nevera. Los abrazos explosiones de los intestinos y la culpa arañazos de camisas sucias.
Hay un río en el Atlántico con montes de noche transilvana donde flotan bolas de nieve y cintas de regalo. Ese río lleva casas y calles desiertas con ecos de ronquidos de muertos próximos. Es un río entre sueños de olores y melodías, entre recuerdos de familiares y tierras secas.
Hay un aire de cielos grises y misas y monedas, de azules vírgenes y naranjas vivos, de verdes como sábanas de siestas de tormenta. Y hay hojas que caen sobre marquesinas y plantas, cubriendo de barro los crucifijos más negros.

miércoles, julio 02, 2008

De la ciudad pequeña

De mañanas en adoquines de pescado, de tiendas con aire acondicionado, de farmacias sin cruz verde, de plazas portuguesas en España, de murallas sin voces ni pasado, de coches sin sonido en la solana, de pieles sin versos y sin nieblas, de besos sin brillos ni cristales.
De labios sin pintura, de dedos sin mejillas, de faldas sin viento, de tobillos sin tacones, de bolsos sin bolígrafos, de macetas sin colonia, de perros sin miedo, de gatos sin historia.
De la noche que era tarde para jugar porque ya era de noche y era tarde y las manos se rompían y aquel niño decía adiós con la mano desde la ventana porque era tarde y no se veía el sol ni saldría el sol al día siguiente porque no habría sol. Y sí hubo sol, aunque ya no, porque la ciudad pequeña no me siguió.

miércoles, junio 25, 2008

Blanco

La última vez que me asomé a una ventana tenía tres palomas asiéndome de los hombros y un fino cordel de seda rodeándome los tobillos. La brisa viajaba sobre pétalos incoloros y jazmines y naranjas rasgaban suavemente las figuras. Lejos, algunas rodillas se espabilaban entre gasas de siesta reflejando un blanco sonriente. Fuentes de piedras pequeñas descansaban en la nuca mientras pájaros planeaban sin sonido. De todo ello me acuerdo ahora, asomado a una ventana.

viernes, junio 20, 2008

Cambio de ciclo

La ralentización del crecimiento de la economía española que pudo apreciarse al término del año 2007 ha proseguido, intensificada, en estos primeros meses de 2008. El último ejercicio, que registró un crecimiento medio anual del 3,8%, cerró el cuarto trimestre con un aumento del PIB del 3,5%. La tendencia descendente se ha visto confirmada en el primer trimestre de este año 2008, en el que la economía española ha crecido un 2,7% respecto al mismo trimestre del año precedente. Las perspectivas sobre el comportamiento económico han sido ya revisadas a la baja por el Gobierno, que ha descartado avances del PIB por encima del 3% en 2008 para cifrarlos en el entorno del 2%. La brecha con la zona del euro se reduce, cuyo incremento interanual del PIB en el primer trimestre de 2008 fue del 2,2%, la misma tasa que registrara en el último de 2007. Se comprueba de este modo que el cambio en el ciclo expansivo de la economía internacional comenzado en el verano anterior está teniendo mayor repercusión dentro de nuestras fronteras, así como que, por mucho que uno piense que un cuenco con melocotón en almíbar fresco a media tarde en el comienzo del verano es de las mejores cosas a que puede aspirarse, la vida te coloca irrevocablemente delante de manos de finos dedos que señalan el camino hacia el estallar de pechos y mandíbulas. La indiferencia es mucho peor que las tensiones inflacionistas.

Sin estío

Desola la contemplación aérea de lo que, casi perdido, va a perderse. La comprobación de que, pese a que nada era tan terrible, lo será. La certeza de la acumulación de certezas perdidas, de amores abstractos, de abrasadores soles pasados recordados desde la sombra.
Vistos desde el cielo, los árboles alineados elevan su perfume verde, clamando ser vistos cuando ya no existen. Desde arriba, el azul celeste de las piscinas hiere las lágrimas aún no asomadas. Desde el gris cocido desde arriba, la altura quema.
Repaso desde mi altura los caminos por mí trazados y ahora movidos, cambiados. Observo las casas como latas de conserva vacías, frías dentro del horno. Advierto las horas amarillas desde el calor helado de aguas tibias. Mantengo mi certeza de amarillos, azules y grises en mi puño cerrado, golpeando latas de agonía y tedio.

miércoles, junio 04, 2008

Composición y grito del arco iris

Teclado, cristal y nube.
Moqueta, sprinkler y luna.
Tacón, perfume y halógeno.

La escala colapsa.

lunes, junio 02, 2008

Eucaristía

El sol es amarillo y está dentro del azul del cielo. Las cruces son blancas...
Bandadas de pájaros como largas pestañas elevan los cantos de la siesta mientras se arrodillan las mujeres que miran como a niños. El calor huele a pan de la última hornada del día y me miran ojos sin tiempo con sonrisas que nada tienen que ver con hombres con traje ni edificios altos.
Hay piedras mojadas, mangueras sonoras, pavos y perros tranquilos. Y el día termina (y empieza y sigue) en el momento en que todas las personas buenas, que son todas, aprietan sus manos entre ellas agradeciendo el hecho de haber vivido hace mucho tiempo, cuando no tenían conciencia de la vida ni de que eran buenas.
Hoy ya no se hará de noche.

sábado, mayo 10, 2008

La salamanquesa y la pantera

Siendo un niño observaba por la ventana, desde un fresco sillón amarillo, la pared del edificio de enfrente, a escasos metros. En esa pared se encontraba, día tras día, una salamanquesa de color tierra, inmóvil. Parecía procurar estar allí siempre lista para el momento en que, como cada tarde, regresase a mi sofá, junto a aquella ventana antigua con los marcos pintados de blanco. Recuerdo también haber visto una tarde, desde una ventana diferente del mismo piso, una enorme pantera de color negro, paseándose majestuosa, sin dejar de mirarme a los ojos, por los tejados de los edificios vecinos.
No creo que fueran reales.
Pero volverán algún día.

sábado, abril 26, 2008

De durantes

La cara a un palmo de la superficie, buceando en el transcurso de una parte de la vida con los puños cerrados y la boca contraída, sin seguridad de oxígeno allá arriba o de pulmones ya atrofiados o de un cielo alguna vez visto y muchas veces recordado que quizá no me sea lícito volver a contemplar sin perder, caído pedazo a pedazo, el rostro deshecho en lágrimas de estanque. Y ese otro cielo de color ceniza que no nace fuera de uno mismo se acumula en el vientre y va quemando en los nudillos y en la rutina, vociferando lo suficientemente suave a princesas equivocadas que salgan de ahí, que escapen, que levanten las manos y se pongan de puntillas y dibujen un azul turquesa y rayos amarillos que las asombre, que les haga preguntarnos qué, cómo, para poder contestarles que no, que no es nuestro, pero sí. Yo una vez perdí el medallón que los padres de mis abuelos le dieron a mis abuelos, con mi nombre (entero) grabado entero (entero), tal como suena, cayendo al suelo con un estrépito que iré escuchando poco a poco, y todo por no haber levantado los ojos como en realidad nadie me enseñó nunca cuando me lo abreviaron sin pronunciarlo. Después de eso, el calor del sol me es más sucio, más superficial, dejándome frío por dentro como un sanjacobo hecho sin tiempo y sin ganas, que es como me veo algunas mañanas de persianas caídas. Mírame tú, directamente y no de soslayo, y pídeme con ojos de perro fiel y dependiente que te consuele de lo que aún nunca he sufrido, porque es lo único que puede salvarnos mientras mi sangre (entera) termina de darme vueltas y me deje mirando al punto que hasta ahora no era sino una línea, como las de los coches de fotografías nocturnas en las ciudades en que compras recuerdos de tu infancia.
... Y en el medallón también ponía, por dentro, todos los derechos son reservados.

viernes, marzo 21, 2008

Yo

Quién .- Las yemas del recuerdo buscan la piedra silenciosa salpicada de musgo bajo ese cielo tan, tan azul y alto. Desde la cima del cerro, dominando la ciudad, se contempla el discurrir de la lengua bífida en que se convierte el río a esa altura. Y el pico de tierra que se atreve a dividirlo parece amenazar a toda la ciudad con partirla en dos y, por extensión, sajarme inmisericorde en castigo por no pertenecer ya a nada, porque nada queda del suelo que recorrieron mis pies cuando mis pies no habían pisado jamás cualquier otro suelo. Y los lugares no existen, existen los momentos...
Quien .- Vuelve. No hay nada ahí fuera.

domingo, marzo 02, 2008

El espíritu de Elvir



A veces las lágrimas se asoman desde sitios tan insospechados como el exterior de un centro comercial muy iluminado en medio de un crepúsculo oscuro y silencioso. Es un sentimiento de confortación y familiaridad con lo que una vez fue de uno mismo, sin saberlo, por lo que no ha podido perderse del todo. Por supuesto, viene acompañado de una melodía recordatoria y repetitiva, que pone un minúsculo toque de azul marino en la negrura del horizonte.
Una determinada experiencia, sensación, acontecimiento o accidente puede hacer cambiar nuestro punto de vista general, haciéndonos conscientes (eso al menos creemos) de la equivocación en que nos sumíamos hasta el momento respecto a la interpretación de cuanto vemos, hacemos, nos rodea y vivimos. Yo siempre he llamado a ese cambio interior "espíritu", y he tratado de ponerle un nombre. La razón: intentar retenerlo ante la vuelta del yo mismo constante, latente, el que siempre vuelve sin apenas tener uno tiempo a darse cuenta.
Voy, pues, acumulando espíritus pasados que intento traer al presente cuando más me conviene, cayendo ineludiblemente en el error de olvidar que su esencia es circunstancial, con validez única en el instante en que se crearon "motu proprio" y sin finalidad alguna.
Si bien el del título atañe al puente que unía la seguridad de la soledad y el hogar evanescente con la caja iniciática de la vida-en-lucha y el inexplicable y crónico tormento incipiente, me quedo hoy con el del Carrefour entre edificios exentos, de cinco y seis alturas, bajo el cielo (tan bajo) del extremo del mundo del que he venido, con sus puertas abiertas tan solo ya para la salida (porque en mi recuerdo son ya casi las nueve de la noche de un martes o miércoles de ocaso), que anticipa una tarde-noche frente a la seguridad del televisor (sí, después será más temprano), una enternidad antes del tiempo (el actual) en que metódicamente, día a día y realidad a realidad, esté haciendo añicos las ideas vagas que otrora imaginaba sin poner demasiada atención.

viernes, febrero 22, 2008

Doña Concepción

Doña Concepción estaba tan sola en el mundo que a veces tenía miedo de su gatito, que la miraba a través de blancos cementerios bajo soles matutinos. Doña Concepción se arrebujaba en sí misma contra el frío naciente de la mañana, que penetraba por las rendijas de su casa con una determinación como nunca había tenido con ella nadie. Doña Concepción -que así se llamaba la difunta- quería más a los niños de su calle que sus propias madres, porque no eran suyos y porque a ellas las odiaba. Y el gesto más valiente que se le recuerda es haber renunciado a alimentar, como acostumbraba, a las palomas desde unas semanas antes de su muerte.
La gente continúa pasando por la calle y los niños siguen jugando por las tardes en la acera ancha. La única diferencia es que ahora guardan un cuidado inconsciente para no golpear con la pelota la persiana echada ya por siempre.

Pikachu en las alturas o el bollycao de las cinco


Como dijo aquél, el siglo XX se va a dormir... Y nosotros permanecemos en esta extraña vigilia constante de medias lunas y medios días, tan cortos. No sé muy bien por qué la gente dice de otra gente que es simpática cuando nada más hablan de lo que les importa, y entonces la sonrisa no puede ser verdadera. Pero bueno, así están las cosas. Y las torres de oficinas siguen tan altas como siempre, y más azules, porque ya limpian los cristales; algo tendrá que ver el sol en todo esto. Dicen que desde arriba se ve la polución; yo no lo creo. Desde arriba se ven mejor los ojos de la gente, especialmente de aquellos que no reciclan. Desde arriba se ven los edificios más bajos, aquellos en los que trabaja gente menos seria y con corbatas más anchas. Desde arriba se cogen mejor los aviones, porque cuesta menos (ya estás a medio camino entre el suelo y alguno de tus yo mismos que han volado como el globo ganado en la feria anual por un niño de siete años).

Y no sé qué más, la verdad.

domingo, febrero 10, 2008

La memoria del atlante


Por qué siempre la tarde. Por qué cielos naranja. Dónde está quien los vio.
Este título...

domingo, febrero 03, 2008

La canción fría


Estaba confortablemente recostado en el sillón, los pies apoyados en la silla situada enfrente, mirando videoclips en la televisión mientras afuera llovía. Entraba un olor de tarde fresca de otoño de esas en que, si suena el teléfono, solo pueden ser buenas noticias; algo así como la llamada de un amigo que hace mucho tiempo que no llama. En fin. Que estaba mirando la televisión. Y comiendo patatas fritas con cocacola con hielo... También había por allí un trozo de tocino con sal encima de un pedazo de pan (de esos de corteza blanda). El tío miró por la ventana, vio que no se encendían las farolas aunque los coches ya llevasen las luces puestas, olió de nuevo la tarde y se puso a canturrear el himno de la champions a voz en grito. Se metió la mano por debajo de la camiseta, comprobó que estaba bueno, que llevaba ya el pelo un poco largo, que había que ir pensando en cambiar los pantalones cortos por el pijama porque no estaba ya el tiempo para piernas al aire y se dio cuenta de lo cómodo que es no estar enamorado.

domingo, enero 06, 2008

Eterno retorno (Parte II)


Puede llegar un punto en que una persona comience a vivir su presente imaginando cómo habrá de recordarlo en un futuro lejano, lo cual le permitirá distinguir las cosas verdaderamente valiosas. Es también un modo de darle una segunda oportunidad al anciano sentado en una mecedora que seremos mientras vivimos la primera y, en realidad, única; echar el ancla en ese viejo, futuro, y mirarnos desde ahí. Aprovecharíamos el día y cogeríamos, vírgenes, las rosas, sin dejar de saber que la serpiente se esconde en la hierba y que la muerte es la reina del baile. No tendría que esperarse al último momento para darse cuenta de que no recordaremos notas de exámenes, palmadas en el hombro, incrementos salariales, herencias de desconocidos o turismos de cambio automático y sí sonrisas sinceras, miradas furtivas, cielos abiertos, noches eternas, dedos ansiosos, labios sumisos, zumos de naranja y cabellos inmóviles.

Lo que daría por volver a tener mi edad, que dijo aquél.

lunes, diciembre 31, 2007

Ámbar


Desde la habitación del hotel podía verse el parque. Era pequeño, lleno de cinamomos y palmeras que se elevaban bajo un cielo alto y limpio. Llegaba el arrullo de las palomas y el grito de los pavos reales y, a lo lejos, podía distinguirse un pequeño estanque vallado que contenía patos y cisnes. Hasta donde abarcaba la vista no podía ver a nadie, así que pensé que ese pequeño parque pertenecía ya al pasado de alguien que lo habría trasladado consigo tiempo ha. Una simple estatua, pequeña, confería al conjunto un aire afectadamente romántico y melancólico que, al no dar oportunidad a la mente de imaginar lo que tan notoriamente se mostraba, consiguió que apartase la vista y la dirigiera hacia el interior de la estancia. Tras los visillos, en la penumbra de una tarde ya avanzada casi por sorpresa, me senté en un sillón frente a la cama en parte deshecha. El sonido atenuado de los pájaros parecía proyectarse en la pared anaranjada, y de la cama solo podía distinguirse el blanco de las sábanas. Lo que en ese momento se me representó fue la imagen de un cuerpo femenino, desnudo, introduciéndose en la cama, bajo las frías sábanas; un cuerpo que se resignaba a la falta de cualquier otro contacto y que ni siquiera pretendía sustituirlo por el roce de esa tela sin calidez alguna. Supe al instante que ese cuerpo ficticio no se levantaría ya nunca, y que me esperaba una larga noche de intentar coger la postura más cómoda en un feo sillón de hotel.

sábado, diciembre 29, 2007

Sigue buscando

Compraré una casa en el centro de alguna ciudad de mediano tamaño. Que esté rodeada de edificios antiguos donde viviera gente mayor que ya murió y que guarden en sus azoteas algún viejo cordel de tender la ropa. Donde apenas pase gente por las calles y casi no den luz los faroles adosados a las fachadas. Con una ventana hacia domingos por la tarde que haga resbalar a las pobres gotas de lluvia que no encontraron otro lugar donde caer, y desde la que puedan mirarse puestas de sol de lunes y martes de otoño recortando figuras de niños con uniforme acompañados de madres y medias lunas de chocolate.
Compraré esa casa, la abandonaré sin dejar nada en ella y, tras muchos años, pasaré por delante buscando yo qué sé qué de mí mismo que ni encontraré ahí ni en ninguna otra ciudad.

jueves, diciembre 27, 2007

Lejos

¿Me ves? Me alejo. ¿Puedes verme? Me estoy alejando. Cada vez me ves más lejos y te veo más lejos. Me cuesta distinguirte y seguro que a ti también distinguirme a mí. Veo todo lo que me es familiar, y se aleja. Estoy ya muy lejos y te recuerdo sin emoción; tú no me recuerdas. Aún puedo verte. Muy pequeño, sin rasgos, en la distancia. Me voy alejando, y no me dirijo ya a ningún sitio en el que vaya a quedarme ni un solo instante. Simplemente, me alejo.

domingo, diciembre 16, 2007

Iba a escribir algo sobre las noches de sábado de alcohol, humo, ruido, frases hechas, alientos empalagosos, escotes, roces y pintalabios. Del asco que dan y del contraste con el camino de vuelta, ya solo, el domingo al amanecer, con el aire fresco, el sonido de los pasos y demás. Alguna cosa de los edificios azules, de los bancos vacíos, plazas frías e iglesias dormidas, de la gente acostada tras las ventanas, de si uno se siente tan solo como durante toda la noche y gilipolleces por el estilo. De pensar en la cama hecha desde el día anterior y en mujeres sin maquillar de pelo suelto en camas tibias, y qué triste y todo eso.
Efectivamente. Qué asco y qué triste. A lo mejor otro día lo consigo.

sábado, diciembre 15, 2007

Noche

Quiero ojos de oliva llevando al mentón contra el pecho desnudo, atravesado de luna y frío hondos como noche sin días. Y manos bajas y solas, citando a la pena delante, pasándola por la exigua cintura sin darle ya nunca salida.
Dadme un viento de cuchillos y de llanto que me abra y rompa como un aullido lejano. Y una capa lenta y penosa que barra hojas y guijarros, dejando surcos en el alma como falda insensible a miradas conocidas.

viernes, diciembre 07, 2007

Espera

Escribiendo estas líneas se me representa el lugar de donde vengo, sin monumentos ni rincones que canten su pasado. Veo amplios espacios negros y blancos, cubiertos por un tenue murmullo que apenas atraviesa muros y paredes. Un lugar herido demasiadas veces como para mostrar las señales de una sola guerra. Y, así, las esconde todas.
Puede parecer al visitante un lugar frío, como es siempre la desnudez más sincera; incluso hostil. Serio, distante y silencioso, como si dejase caminar sobre él para no tomarse la molestia de impedirlo. Hay destinos más amables que dan la bienvenida y que, al recorrerlos, no devuelven la mirada.
Por él muchos han pasado, y pocos son los que quedan. Día llegará en que ni pase ni quede nadie, salvo lo dejado por quien algún día estuvo. Sobre todo si no fue un olvido.

jueves, diciembre 06, 2007

Informe Sr. X - 2007


A escasos días para la finalización de este ejercicio 2007, podemos presentarles ya una síntesis de la situación del Sr. X correspondiente a los once primeros meses del año, considerando todos aquellos datos de que disponemos con el fin de intentar configurar una idea general del sujeto en cuestión para el lapso de tiempo mencionado.


De manera global, debemos decir que la vida del Sr. X se ha enmarcado también en este año en la senda de continuidad comenzada hace ya varios ejercicios, sin que sea posible constatar cambios positivos o negativos de excesiva significación. No sería ya aventurado sugerir sin ambages que nos encontramos en un estancamiento que, cuanto más se prolongue en el tiempo, más se anclará en un hipotético punto de equilibrio permanente. Si bien esto puede parecer incluso deseable, la experiencia de tantos otros casos nos demuestra que pequeñas perturbaciones en dichas situaciones desembocan en bruscos "shocks" y desajustes posteriormente difíciles de controlar. Permitiéndoseme el símil, el efecto de la caída de una pequeña piedra es mayor en un estanque que en un río.


La tasa de trascendencia del Sr. X, expresada como el cociente de la cantidad de sucesos acontecidos de alguna importancia entre el número total de días, continúa en los bajos niveles registrados en años precedentes, sin llegar aún a valores que puedan hacernos preocupar en exceso. En la misma línea se sitúan los sucesivos índices mensuales de afectividad que, como ya sabemos, suelen ser inversamente proporcionales a aquellos de melancolía, como revelan los datos también en esta ocasión. Hemos de recordar que los valores de esta última variable son susceptibles de diferir en función del modo de su recogida/obtención: momentos como solitarios paseos vespertinos o despertares de domingo en camas de poca densidad poblacional siempre arrojarán cifras más abultadas.


Considerando los anteriores indicadores como los más representativos en este último año y los que pueden llegar a condicionar todo el resto, pasamos a la previsión de una probable coyuntura futura del Sr. X. El número de proyectos y esperanzas totales va en consonancia con el de finales de otros años, mostrando la habitual reducción según avanza el tiempo. La probabilidad de consecución y satisfacción de ellos también experimenta un sensible decremento, que es habitualmente solapado inconscientemente con el fin de no afectar al devenir cotidiano. En términos generales, no se prevén cambios de ciclo ni variaciones sustanciales en nuestro sujeto.


En conclusión...