El espíritu de Elvir

A veces las lágrimas se asoman desde sitios tan insospechados como el exterior de un centro comercial muy iluminado en medio de un crepúsculo oscuro y silencioso. Es un sentimiento de confortación y familiaridad con lo que una vez fue de uno mismo, sin saberlo, por lo que no ha podido perderse del todo. Por supuesto, viene acompañado de una melodía recordatoria y repetitiva, que pone un minúsculo toque de azul marino en la negrura del horizonte.
Una determinada experiencia, sensación, acontecimiento o accidente puede hacer cambiar nuestro punto de vista general, haciéndonos conscientes (eso al menos creemos) de la equivocación en que nos sumíamos hasta el momento respecto a la interpretación de cuanto vemos, hacemos, nos rodea y vivimos. Yo siempre he llamado a ese cambio interior "espíritu", y he tratado de ponerle un nombre. La razón: intentar retenerlo ante la vuelta del yo mismo constante, latente, el que siempre vuelve sin apenas tener uno tiempo a darse cuenta.
Voy, pues, acumulando espíritus pasados que intento traer al presente cuando más me conviene, cayendo ineludiblemente en el error de olvidar que su esencia es circunstancial, con validez única en el instante en que se crearon "motu proprio" y sin finalidad alguna.
Si bien el del título atañe al puente que unía la seguridad de la soledad y el hogar evanescente con la caja iniciática de la vida-en-lucha y el inexplicable y crónico tormento incipiente, me quedo hoy con el del Carrefour entre edificios exentos, de cinco y seis alturas, bajo el cielo (tan bajo) del extremo del mundo del que he venido, con sus puertas abiertas tan solo ya para la salida (porque en mi recuerdo son ya casi las nueve de la noche de un martes o miércoles de ocaso), que anticipa una tarde-noche frente a la seguridad del televisor (sí, después será más temprano), una enternidad antes del tiempo (el actual) en que metódicamente, día a día y realidad a realidad, esté haciendo añicos las ideas vagas que otrora imaginaba sin poner demasiada atención.
4 Comments:
espesilla tu filosofía y una sensación de que algo no marcha bien. ¿Algo no marcha bien?
Y yo que pensaba que escribía algo alegre... Ahora no sé si deberías atribuir la sensación a la precariedad de mi salud mental o a la falta de talento literario. Sea como fuere, gracias y besos, sureña.
Tu estilo, siempre impecable. En cuanto al ayer, mejor tomarlo como un simple advervio de tiempo. Y el mañana, claro.
La vida es engrosar el ayer y consumir los mañanas; la vida es un adverbio de tiempo. Y de modo, afortunadamente.
Publicar un comentario
<< Home