Islas
Una vez un hombre naufragó en medio del océano, yendo a parar a una pequeña isla. Tenía una montaña no muy alta a la que no era difícil subir y que, si no servía para mucho en aquella situación, sí podía amenizar la forzosa estancia con sus vistas. Nada más subir a la cima pudo ver, frente a él, otra pequeña isla, aparentemente del tamaño de la suya. Ambas islas eran todo cuanto podía verse aparte del mar infinito. Y en la otra isla, otra pequeña montaña parecida a la de la suya.
Al cabo de un tiempo de escudriñar la otra isla y su montaña le pareció ver algo extraño en su cima. Parecía un pequeño bulto que se movía casi imperceptiblemente, pero no como las hojas y ramas de alrededor mecidas por el viento. Semejaba… Pero no, no podía ser.
Siguió mirando aquel extraño objeto, cada vez más angustiado. Sí, era como si moviese…, como si moviese la cabeza. Era como un ser humano, sentado como él, como él mirando la otra isla. Ahora sí podía decírselo a sí mismo: aquello en la cima de la montaña era un hombre.
De repente pudo ver cómo movía de nuevo la cabeza y supo que en ese instante, y por primera vez, aquel hombre le había visto. Ahora clavaba su mirada en él, tapándose con su mano la luz del sol para ver con detalle. El extraño fue incorporándose, lentamente, sin dejar de observarle. Permaneció incorporado un momento y, cuando pareció que se había asegurado de su presencia, volvió a sentarse muy despacio. Unos segundos después se incorporó de nuevo, dio media vuelta y se sentó de espaldas a la isla gemela, mirando hacia el mar que antes tenía atrás.
Al cabo de un tiempo de escudriñar la otra isla y su montaña le pareció ver algo extraño en su cima. Parecía un pequeño bulto que se movía casi imperceptiblemente, pero no como las hojas y ramas de alrededor mecidas por el viento. Semejaba… Pero no, no podía ser.
Siguió mirando aquel extraño objeto, cada vez más angustiado. Sí, era como si moviese…, como si moviese la cabeza. Era como un ser humano, sentado como él, como él mirando la otra isla. Ahora sí podía decírselo a sí mismo: aquello en la cima de la montaña era un hombre.
De repente pudo ver cómo movía de nuevo la cabeza y supo que en ese instante, y por primera vez, aquel hombre le había visto. Ahora clavaba su mirada en él, tapándose con su mano la luz del sol para ver con detalle. El extraño fue incorporándose, lentamente, sin dejar de observarle. Permaneció incorporado un momento y, cuando pareció que se había asegurado de su presencia, volvió a sentarse muy despacio. Unos segundos después se incorporó de nuevo, dio media vuelta y se sentó de espaldas a la isla gemela, mirando hacia el mar que antes tenía atrás.
0 Comments:
Publicar un comentario
<< Home