miércoles, julio 16, 2008

Frases sueltas

Qué pena; no tiene sopa que le cuide.
Se durmió muerto y acatarrado.
Compra churros para que pueda mojarlos.
Si no me hablas, te comeré.
Sé perfectamente qué es un perro.
Tú sí que eres un buen trofeo.
¿No te puedes dormir? Sopla.
Adiós, coge tú el testigo.
A la marea, mi señor.
A mis padres los mató un rayo.
Ora pro nobis, por qué no.
Líbranos de ti.
Por treinta monedas rompo mi espejo.
Lo sacrifiqué después de ensillarlo.
Yo era creyente y de letras.
El mar no me ve desde hace catorce años.
Y varios veranos.
Hoy siento que peso más que el suelo.
Me caí.
El jefe, sujeto sin predicado.
RICS naranja escribe fino.
Un RICS normal mira «Cristal».
Adiós sin el corazón (con el asma no puedo).

Silencio.
Se les han muerto como del rayo.
¿Dónde estabas?
Adiós.

martes, julio 15, 2008

La tierra ocaso

El ruido de las piedras bajo las ruedas presagia una tarde de tierra, madera, hierba y agua en un agosto como los que quemaban las patillas de las gafas sobre el salpicadero. Estas tierras son, sobre todo, tarde; tarde que va apartando pausadamente el sol de un cielo ambarino, cremoso, amplio como las respiraciones de quienes cobija. Sus campos susurran al otoño a través de un aire denso que sostiene inmóviles a las briznas y flores tardías. Piadas lejanas sin melancolía de tataranietos de pájaros de pocos veranos atrás retraen el canto de las cigarras del año en los bordes de la carretera, que no por deprimente deja de llevar aún a lugares más taimados y volátiles.

lunes, julio 14, 2008

Más fuerte

La risa no se traga las palabras porque no me da la gana de detener la pluma para mirar hacia arriba. Soy un hombre y me jacto de ello con el ceño fruncido, apartando moscas sin la necesidad de olor a comida de sábado. Golpeo mi infancia como a mosquitos en paredes blancas y las bicicletas ya no pesan por las escaleras, quemándose en balcones de sepia y limones. Para que nadie me pregunte después: esto es una declaración sin intenciones.

jueves, julio 03, 2008

A las cuatro

La razón es una vela en la orilla de una tormenta y los ojos respiraciones contenidas en un puente sobre un río. La valentía es risa infantil en un día soleado y la pena lengua de vaca en una nevera. Los abrazos explosiones de los intestinos y la culpa arañazos de camisas sucias.
Hay un río en el Atlántico con montes de noche transilvana donde flotan bolas de nieve y cintas de regalo. Ese río lleva casas y calles desiertas con ecos de ronquidos de muertos próximos. Es un río entre sueños de olores y melodías, entre recuerdos de familiares y tierras secas.
Hay un aire de cielos grises y misas y monedas, de azules vírgenes y naranjas vivos, de verdes como sábanas de siestas de tormenta. Y hay hojas que caen sobre marquesinas y plantas, cubriendo de barro los crucifijos más negros.

miércoles, julio 02, 2008

De la ciudad pequeña

De mañanas en adoquines de pescado, de tiendas con aire acondicionado, de farmacias sin cruz verde, de plazas portuguesas en España, de murallas sin voces ni pasado, de coches sin sonido en la solana, de pieles sin versos y sin nieblas, de besos sin brillos ni cristales.
De labios sin pintura, de dedos sin mejillas, de faldas sin viento, de tobillos sin tacones, de bolsos sin bolígrafos, de macetas sin colonia, de perros sin miedo, de gatos sin historia.
De la noche que era tarde para jugar porque ya era de noche y era tarde y las manos se rompían y aquel niño decía adiós con la mano desde la ventana porque era tarde y no se veía el sol ni saldría el sol al día siguiente porque no habría sol. Y sí hubo sol, aunque ya no, porque la ciudad pequeña no me siguió.