viernes, marzo 21, 2008

Yo

Quién .- Las yemas del recuerdo buscan la piedra silenciosa salpicada de musgo bajo ese cielo tan, tan azul y alto. Desde la cima del cerro, dominando la ciudad, se contempla el discurrir de la lengua bífida en que se convierte el río a esa altura. Y el pico de tierra que se atreve a dividirlo parece amenazar a toda la ciudad con partirla en dos y, por extensión, sajarme inmisericorde en castigo por no pertenecer ya a nada, porque nada queda del suelo que recorrieron mis pies cuando mis pies no habían pisado jamás cualquier otro suelo. Y los lugares no existen, existen los momentos...
Quien .- Vuelve. No hay nada ahí fuera.

domingo, marzo 02, 2008

El espíritu de Elvir



A veces las lágrimas se asoman desde sitios tan insospechados como el exterior de un centro comercial muy iluminado en medio de un crepúsculo oscuro y silencioso. Es un sentimiento de confortación y familiaridad con lo que una vez fue de uno mismo, sin saberlo, por lo que no ha podido perderse del todo. Por supuesto, viene acompañado de una melodía recordatoria y repetitiva, que pone un minúsculo toque de azul marino en la negrura del horizonte.
Una determinada experiencia, sensación, acontecimiento o accidente puede hacer cambiar nuestro punto de vista general, haciéndonos conscientes (eso al menos creemos) de la equivocación en que nos sumíamos hasta el momento respecto a la interpretación de cuanto vemos, hacemos, nos rodea y vivimos. Yo siempre he llamado a ese cambio interior "espíritu", y he tratado de ponerle un nombre. La razón: intentar retenerlo ante la vuelta del yo mismo constante, latente, el que siempre vuelve sin apenas tener uno tiempo a darse cuenta.
Voy, pues, acumulando espíritus pasados que intento traer al presente cuando más me conviene, cayendo ineludiblemente en el error de olvidar que su esencia es circunstancial, con validez única en el instante en que se crearon "motu proprio" y sin finalidad alguna.
Si bien el del título atañe al puente que unía la seguridad de la soledad y el hogar evanescente con la caja iniciática de la vida-en-lucha y el inexplicable y crónico tormento incipiente, me quedo hoy con el del Carrefour entre edificios exentos, de cinco y seis alturas, bajo el cielo (tan bajo) del extremo del mundo del que he venido, con sus puertas abiertas tan solo ya para la salida (porque en mi recuerdo son ya casi las nueve de la noche de un martes o miércoles de ocaso), que anticipa una tarde-noche frente a la seguridad del televisor (sí, después será más temprano), una enternidad antes del tiempo (el actual) en que metódicamente, día a día y realidad a realidad, esté haciendo añicos las ideas vagas que otrora imaginaba sin poner demasiada atención.