domingo, noviembre 25, 2007

Continuará


Una brizna de hierba entre las vías del tren. Un rezagado pájaro en otoño sobre la rama de un árbol. Una antena de televisión moviéndose bajo un cielo azul eléctrico. Una blanca mano inmóvil con los ojos distraídos en otra parte. Un niño pequeño muy abrigado entrando a toda prisa en un portal. Un aroma de pan recién hecho llenando el ascensor. Un edificio de oficinas visto desde una noche de sábado. Un cuello... Una luz con sombras en la ventana de un ático. Un mar con sombras en la tarde de una vida. Una vida llena que se derrama en otra. Una luna llena que no llena vida alguna.

Una blusa nueva que no acaba de aprender a pronunciar tu nombre. Una mirada hacia arriba que no termina de despegar los pies. Unos guantes inertes que ni son blancos ni tienen tus ojos. Una lámpara sin encender cuando -¿es que no lo ves?- ya no se ve nada.

El día (sin horas). Es ahora.

Y creías que escapabas porque cogías el tren sin billete de vuelta. Y pensabas que el cielo iba a ser diferente. Y que no habría más panaderías, ni pájaros despistados, ni sombras entrelazadas, y que el mar desaparecería por la noche llevándose consigo esa luna que ha visto muchos más cuellos que el tuyo.

Todavía te queda la tierra mojada de lluvia, alguna que otra primavera y quién sabe si otra mano sin guantes un momento antes de taparte el cuello. Y, mientras tanto, el consuelo de resistirte a encender la luz.

sábado, noviembre 24, 2007

¿Eterno retorno?


Suplemento de periódico esperando en la niebla y, dentro, música bajo las sábanas. Tanto, tanto tiempo después.

Pues no, no todo es cíclico.

Y bien, aquí estoy.

El grito

Llegaste a la ciudad naciendo, como todo el mundo. Te plantaste en medio de la calle mirando el cielo sobre los edificios y sin ningún fracaso en la mochila. Y comenzaste a caminar.
Las primeras personas te salían al paso. Las había amables; casi todas, de hecho. Visitabas sus casas, entrabas en sus tiendas, acariciabas a sus perros. Las avenidas eran aún anchas. Al volver a la calle, seguía viéndose el cielo.
Las avenidas y las calles se sucedían. Las caras conocidas se acumulaban. Pasabas más tiempo guarecido y, cuando salías, las calles se estrechaban. Los edificios eran más altos y el cielo quedaba más lejos.
Cada vez serpenteabas más entre callejuelas y, cuando levantabas la vista, sólo se veían balcones y terrazas, chimeneas y tendederos. Y gente asomada a las ventanas que ya no te invitaba.
Y un día, sin darte cuenta, se te acabó la ciudad. La miraste desde fuera y comprobaste lo pequeña que era bajo el mismo cielo que había cuando llegaste.
Esto es real. Despierta.

viernes, noviembre 23, 2007

Despierta


Hay algo que no te explicaban cuando te contaban un cuento: que si alguien se acerca demasiado a la princesa, ésta le besa en la boca.

domingo, noviembre 18, 2007

Bondad

Camino arrastrando el frío con el vuelo del abrigo, la rabia siguiéndome a dos o tres pasos, la oscuridad arropándome indiferente. Aprieto fuerte los puños en los bolsillos de mi cuerpo mientras niego con la cabeza y los ojos abiertos. Paso por delante de un cristal que no miro por miedo a no ver más que otro espejo reflejado, y entonces la ira da paso a la tristeza.
Los dedos húmedos dejan pasar los cabellos, sosteniendo mis ojos que lloran por sus lágrimas. La otra mano querría, a la vez, secar los pómulos, abrazar el vientre encogido y descansar en el arco de mi nuca. La respiración va calmándose, deshaciendo el nudo en mi garganta; los párpados la imitan, abriéndose con lentitud.
Me reciben sonidos familiares: la cerradura, el interruptor, las baldosas y el silencio del pasillo. A un palmo de mi espejo, no tengo prisa, pero tampoco ya el menor temor. Levanto la cara, recogiendo el pelo y quitando el último resto de desesperación en la mejilla. Tranquila, sin dejar de observar a la mujer que me devuelve la mirada, los ojos vuelven a nublarse. Pese a la gota que resbala por mi rostro, los brazos saben que ya no deben dejar de apretarme.