Continuará

Una brizna de hierba entre las vías del tren. Un rezagado pájaro en otoño sobre la rama de un árbol. Una antena de televisión moviéndose bajo un cielo azul eléctrico. Una blanca mano inmóvil con los ojos distraídos en otra parte. Un niño pequeño muy abrigado entrando a toda prisa en un portal. Un aroma de pan recién hecho llenando el ascensor. Un edificio de oficinas visto desde una noche de sábado. Un cuello... Una luz con sombras en la ventana de un ático. Un mar con sombras en la tarde de una vida. Una vida llena que se derrama en otra. Una luna llena que no llena vida alguna.
Una blusa nueva que no acaba de aprender a pronunciar tu nombre. Una mirada hacia arriba que no termina de despegar los pies. Unos guantes inertes que ni son blancos ni tienen tus ojos. Una lámpara sin encender cuando -¿es que no lo ves?- ya no se ve nada.
El día (sin horas). Es ahora.
Y creías que escapabas porque cogías el tren sin billete de vuelta. Y pensabas que el cielo iba a ser diferente. Y que no habría más panaderías, ni pájaros despistados, ni sombras entrelazadas, y que el mar desaparecería por la noche llevándose consigo esa luna que ha visto muchos más cuellos que el tuyo.
Todavía te queda la tierra mojada de lluvia, alguna que otra primavera y quién sabe si otra mano sin guantes un momento antes de taparte el cuello. Y, mientras tanto, el consuelo de resistirte a encender la luz.