El grito
Llegaste a la ciudad naciendo, como todo el mundo. Te plantaste en medio de la calle mirando el cielo sobre los edificios y sin ningún fracaso en la mochila. Y comenzaste a caminar.
Las primeras personas te salían al paso. Las había amables; casi todas, de hecho. Visitabas sus casas, entrabas en sus tiendas, acariciabas a sus perros. Las avenidas eran aún anchas. Al volver a la calle, seguía viéndose el cielo.
Las avenidas y las calles se sucedían. Las caras conocidas se acumulaban. Pasabas más tiempo guarecido y, cuando salías, las calles se estrechaban. Los edificios eran más altos y el cielo quedaba más lejos.
Cada vez serpenteabas más entre callejuelas y, cuando levantabas la vista, sólo se veían balcones y terrazas, chimeneas y tendederos. Y gente asomada a las ventanas que ya no te invitaba.
Y un día, sin darte cuenta, se te acabó la ciudad. La miraste desde fuera y comprobaste lo pequeña que era bajo el mismo cielo que había cuando llegaste.
Esto es real. Despierta.
1 Comments:
Dios hizo el monte. Los hombres, la ciudad. Regresa cuando puedas.
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