Bondad
Camino arrastrando el frío con el vuelo del abrigo, la rabia siguiéndome a dos o tres pasos, la oscuridad arropándome indiferente. Aprieto fuerte los puños en los bolsillos de mi cuerpo mientras niego con la cabeza y los ojos abiertos. Paso por delante de un cristal que no miro por miedo a no ver más que otro espejo reflejado, y entonces la ira da paso a la tristeza.
Los dedos húmedos dejan pasar los cabellos, sosteniendo mis ojos que lloran por sus lágrimas. La otra mano querría, a la vez, secar los pómulos, abrazar el vientre encogido y descansar en el arco de mi nuca. La respiración va calmándose, deshaciendo el nudo en mi garganta; los párpados la imitan, abriéndose con lentitud.
Me reciben sonidos familiares: la cerradura, el interruptor, las baldosas y el silencio del pasillo. A un palmo de mi espejo, no tengo prisa, pero tampoco ya el menor temor. Levanto la cara, recogiendo el pelo y quitando el último resto de desesperación en la mejilla. Tranquila, sin dejar de observar a la mujer que me devuelve la mirada, los ojos vuelven a nublarse. Pese a la gota que resbala por mi rostro, los brazos saben que ya no deben dejar de apretarme.
3 Comments:
Aviso a navegantes:
Sin embargo (servidor y marca registrada) no es una mujer, sino lo otro.
Ninguna mujer debería tener que abrazar su propio vientre.
una voz femenina insospechada. Me gusta.
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