Tardes y noches, tardes y noches (continuación y fin)
¿Por qué vertían arena los camiones en la playa? Muy fácil: porque no había la suficiente para cubrir el espacio desde el final de la playa hasta el comienzo del mar, quedando en medio un hueco como el que hay entre el vagón y el andén, de modo que cualquier bañista podría sin querer meter el pie y hacerse daño cuando intentase llegar al agua. Y he aquí que en la playa estaban todos: estaba el hombre-detrás-de-la-valla, la mujer con el perrito, el niño de los tomates en los calcetines, el increíble hombre bala, el señor-que-nunca-estuvo-en-Colonia, la señora simpática que andaba raro y todos, todos aquellos que alguna vez se cruzaron con alguien en su camino a casa. Y todos le decían adiós con la mano a un satélite que en aquel instante pasaba justo por encima. Mientras esta escena acontecía, el hombre en el porche la veía a mundos de distancia, mientras con una mano a mitad de camino entre lo insondable y lo tangible intentaba eliminar el molesto ruido que borraba sus universos y le introducía en una oscuridad que no dejaba de serle familiar.