domingo, marzo 20, 2011


Para todo aquel que nos vea acercarnos al edificio azul: es por la tarde y la barandilla herrumbrosa late con la misma tarde umbría, tras acercarse el perro de los vecinos, ladrando mecheros y gasolina. Ayúdanos a cruzar despacio la verja con todo lo que ello supone en términos de merienda, tableros y esperas. Tennos en cuenta a la hora de los hombres, cuando no seamos más lo que somos. Lo que en realidad estamos buscando no es más de lo que decimos. Tenemos la esperanza de más tardes como esta, si ello no es inconveniente. Tenemos todo lo que se supone que debemos tener, excepto la conciencia. Somos exactamente lo que parece tras la ventana. Dennos por tanto todo lo que pidamos, pues honramos los timbres, la siesta y los cubos de hielo. El otoño se distingue de la primavera en que tiene más prisa. Avancemos sin precaución desplazando piedras, mirando sumideros, manchando la suela de las zapatillas. Tengamos la misma prepotencia que ayer. Digamos lo que por la mañana callamos. Cerremos las manos a todo aquel que nos pida lo que no debe y demos sonrientes lo que no se nos dice. Sentémonos a esperar la noche con prisa, nerviosos. Y ahora que no somos ya niños, sigamos haciendo todo esto sin ninguna melancolía, con la misma seriedad con que lo hacíamos. Llama sin parar al portero automático, aunque ya te haya oído. Da golpes a mi puerta con impaciencia, grita mi nombre para que todos puedan oírlo, mientras tiras piedras al coche de los vecinos, sin mirar si se ha manchado de tierra el extremo de la falda, el bajo de los pantalones, la rueda de la bicicleta, la planta desnuda del pie sobre la hierba. Tengo doce, quince, veinticuatro, treinta años... Y volveré a tener los mismos que vosotros, todos, me disteis.
Y ahora, emprendamos el camino de vuelta, solos.