Vete
Discurso cadencioso el que arrastra el cuerpo durante la vida en que te fuiste. Alargamos aquel día los brazos con las manos extendidas como un mendigo fuera de la iglesia en el momento de la comunión y un balón de baloncesto botaba sobre el mármol de verjas cerradas y amenazantes nubes oscuras. En aquel tiempo en que aún no había descubierto la música de auriculares por la calle, el viento soplaba dentro y fuera de las casas, desviando el surtidor de fuentes que ahora son demasiado perfectas.
Yo vivía. Y tú no estabas. Tú vivías y yo no estaba. Tú tenías ciudades con grises, colegios, programas de televisión con canciones nocturnas, peluches de noches blancas y hermanas con olor a pan y a leche agria algunos días. Y yo no estaba. Yo tenía perros vagabundos, monedas deslizantes, complejos de verano y sexo solapado por bañadores de flores. Y el viento. Y tú no, no estabas.
Nacías conmigo aún muerto, rebotando contra un mundo finito, ligeramente recordado tras la nada, nuevo en la medida en que no existirá para siempre, o no al menos una sola vez. Llegaste antes, eso es todo. Soy nuevo en esto de vivir y simplemente recuerdo mejor que tú lo que no era antes de ser. Un día te dije que te quería.
Hoy tengo cables rodeando mi mesa, blanca como la primera sábana de tu cuna. El mundo está bien y Dios existe; la prueba es que hace mucho tiempo no sabías hablar. Mírate ahora: eres toda una casa en ti misma y pones y quitas cortinas a tu antojo. Todo estaba bien hasta que me reconociste.
Sí, eso es. Al fin lo entendiste.
Yo vivía. Y tú no estabas. Tú vivías y yo no estaba. Tú tenías ciudades con grises, colegios, programas de televisión con canciones nocturnas, peluches de noches blancas y hermanas con olor a pan y a leche agria algunos días. Y yo no estaba. Yo tenía perros vagabundos, monedas deslizantes, complejos de verano y sexo solapado por bañadores de flores. Y el viento. Y tú no, no estabas.
Nacías conmigo aún muerto, rebotando contra un mundo finito, ligeramente recordado tras la nada, nuevo en la medida en que no existirá para siempre, o no al menos una sola vez. Llegaste antes, eso es todo. Soy nuevo en esto de vivir y simplemente recuerdo mejor que tú lo que no era antes de ser. Un día te dije que te quería.
Hoy tengo cables rodeando mi mesa, blanca como la primera sábana de tu cuna. El mundo está bien y Dios existe; la prueba es que hace mucho tiempo no sabías hablar. Mírate ahora: eres toda una casa en ti misma y pones y quitas cortinas a tu antojo. Todo estaba bien hasta que me reconociste.
Sí, eso es. Al fin lo entendiste.